Dies irae

No comprenderá el sentido de la historia quien no se acompañe de la teología, nos enseña Walter Benjamin, el gran filósofo de la historia.

La teología, la ciencia de dios, está llena de complejidades, paradojas; misterios y enigmas que en más de un sentido nos enseñan a pensar la naturaleza de la vida. No me refiero a los discursos autolegitimadores de tantos cultos construidos sobre la falsedad de que pueda haber representantes de los dioses en la tierra, ni a los fundamentos de las religiones como instituciones de poder mundano. Me refiero a los intentos de adelantar un estudio profundo sobre la vida del espíritu, de la cual probablemente sólo tendremos indicios sin mayor certeza mientras tengamos existencia material.

Me refiero a lo que expresó Feuerbach: en la idea de dios, la humanidad ha proyectado lo mejor de sí misma; de ahí que la gran máxima de Marx: “Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo”, haya sido escrita precisamente en sus tesis sobre Feuerbach.

Si algo he entendido (y no pretendo ser experto en estos temas), una de las cuestiones bien arduas de la teología es la llamada en los rituales cristianos, Dies irae, el día de la ira, relacionado con la ira de Dios. Él será en el final de los tiempos el juez supremo que condenará a los malos, expulsándolos no solamente de la posibilidad del paraíso, sino hasta de la más mínima esperanza por la eternidad.

¿La ira de dios? ¿No partimos acaso de la idea de dios como el ser perfecto de infinita gracia, conocimiento, generosidad, comprensión? ¿Acaso la vida tal como la conocemos no es creación suya? ¿Acaso lo que hacemos los seres humanos no se hace ejerciendo las posibilidades y el albedrío que él nos dio? ¿No somos acaso su creación amada? ¿No sabe él, acaso, del pasado, del presente, del futuro?

¿No habría podido con un solo gesto, con un mínimo pensamiento evitar todo el mal?

Se entregó el informe de la Comisión de la Verdad… más o menos medio millón de asesinatos (registrados) en 60 años… ¿Cómo pensar eso? ¿Cómo llamamos a eso?

La extraordinaria obra El lamento de adán de Arvo Pärt, toma el texto del mismo nombre de Staretz Silouan, místico y santo de la iglesia ortodoxa. En él, Adán expresa su sufrimiento y ora, ante semejante desastre: nada más ni nada menos que ser corresponsable de la caída en desgracia de la humanidad futura y su lamento se escucha en todo el mundo. ¿Cómo puede alguien que es simplemente un ser humano comprender la complejidad del designio de su creador?

Sofronio, quien recogió los textos y el pensamiento de Silouan, describe estos sentimientos que son reiterativos en toda la historia humana y en su relación con sus dioses, en la introducción del libro en el que los recoge:

Pero ¿dónde se encuentra esta Providencia que vela hasta por los menores detalles? Estamos abrumados por el espectáculo del desencadenamiento incontenible del mal en el mundo. Millones de vidas, con frecuencia apenas iniciadas, antes incluso de que hayan adquirido conciencia de sí mismas, son arrancadas con increíble crueldad.

¿Por qué, entonces, esta vida absurda nos ha sido dada?

Y el alma ansía encontrar a Dios y decirle:

Por qué me diste la vida?… Estoy colmado de sufrimientos; las tinieblas me rodean. ¿Por qué te escondes de mí?… Sé que eres bueno, pero ¿cómo eres tan indiferente a mi dolor?».

«¿Por qué eres tan cruel, tan implacable conmigo?».

«No puedo comprenderte».

El tema no termina ahí, por supuesto; hay respuestas teológicas y respuestas personales que cada quien se dice a sí mismo, como un acto de fe, para poder atribuir sentido a esto que no tiene nombre.

Han sido tantos los movimientos del sentimiento desde que, al fin, después de tanto tiempo y de tanto dolor, de tanta rabia y de tanto rencor, se declarara ganadora una fórmula presidencial y vicepresidencial no determinada por el miedo y el odio de las élites en Colombia.

Creo que muchos compartimos un cierto movimiento del pensamiento que nos ha llevado a, dentro de ese complejo oscilar del sentimiento, evocar nuestros muertos.

A desear que pudieran escucharnos. Poder decirles: la luz avanza; sí es posible iluminar las sombras, sí podemos ver y entender como sociedad. De decirle a algunas de esas personas: gracias por lo que sus preciosas vidas, que tristemente terminaron más pronto de lo debido, contribuyeron a que la consciencia se abra paso, al fin.

[sé que nada nos garantiza que esto que está pasando dure. Bastaría, como llamado de atención, recordar ese, tan breve, período de tranquilidad colectiva que se vivió después de las desmovilizaciones derivadas del tratado de paz para llamarnos a la prudencia, pero el momento es el de conmemorar, de permitirnos un respiro, aunque sin dejar de estar alertas: los dueños del poder, que siempre están ocultos; los asesinos conocidos que, cínicos, ostentan su impunidad; los periodistas venales; los oportunistas de siempre; los avariciosos y los moralistas no descansan]

Hace unas pocas semanas, entraba a un restaurante; en una mesa, con su presencia ligera, humilde, con su rostro diáfano, estaba sentado el padre De Roux. La cortesía, la timidez, la discreción me impidieron dirigirle la palabra. No nos conocemos personalmente, nuestras miradas se cruzaron por un instante. Hubiera querido saludarlo, darle un abrazo, decirle: -gracias por lo que está haciendo, pero seguí, con la convicción de que él comprende la dimensión de lo que se hizo.

De lo que hizo él, la Comisión, el equipo de trabajo, los testigos; todo un conglomerado de personas que, con sencillez, hicieron lo que hay que hacer.

Como los que murieron haciendo lo que honestamente había que hacer.

Como nos toca a nosotros, que todavía podemos actuar: denunciar alto y fuerte lo que merece la ira de dios.

Una respuesta a “Dies irae

  1. huertasmiguel 1 julio, 2022 / 2:31 pm

    * Señalo un error en el dato que se trascribe; en realidad el número de asesinatos corresponde a un lapso de tiempo menor. El Informe dice textualmente:

    «El enfrentamiento inicial entre la fuerza pública y las guerrillas, posteriormente agravada con la participación paulatina de los grupos paramilitares y también de otros agentes del Estado y sectores civiles, hace que estos actores sean responsables de ese universo de víctimas que, según el resultado final de la integración de bases de datos del proyecto JEPCEV-HRDAG, corresponde a 450.666 muertos, 121.768 desaparecidos de manera forzada, 50.770 secuestrados, 16.238 niños, niñas y adolescentes reclutados y alrededor de 8 millones de desplazados. Asimismo, de acuerdo con los registros oficiales y el estudio realizado por la Comisión junto con el Acnur para el periodo entre 1982 a 2020, más de un millón de personas que tuvieron que salir del país, buscar protección internacional con diferentes estatus o reconocimiento a diferentes países.»

    Y se refiere a un período que inicia en mediados de la década de los años ochenta del siglo XX

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