…que veinte años no es nada…

Corría el año 2006.

Después de un tiempo amplio de diseño, gestión, preparación e introducción, iniciaba labores el doctorado en Arte, Arquitectura y Ciudad, bajo la coordinación de Amparo Vega, en la Facultad de Artes de la Universidad Nacional, Sede Bogotá. Aunque me interesaba mucho el asunto y había participado en los seminarios previos que se programaron, dudaba de si, a esas alturas de la vida, me decidiría a inscribirme.

Finalmente, tomé la decisión, recogí todos mis intereses (arte, historia, experiencia, enseñanza, política, consciencia…) y armé un proyecto alrededor de las necesidades más apremiantes: en primer lugar, Indagar acerca de la historia de la Escuela Nacional de Bellas Artes de Colombia, tema cuya ignorancia me parecía un problema gravísimo para nuestras actividades como estudiantes, profesores y profesionales de las artes; a eso se articulaba el interés por profundizar en la historia de la educación artística en Colombia (siempre el gran interés -seguramente heredado de mi madre- por la historia) y, un poco más allá, la fuerte intuición de que esos temas determinaban un rumbo particular para la reflexión del sentido político de la práctica artística.

No recuerdo en este momento el título que puse al proyecto en su etapa más inicial; cuando llegó el momento de sustentarlo tenía el nombre Consolidación de la enseñanza universitaria del Arte como fuente de autoridad para la práctica del arte en Colombia, el cual tenía olvidado hasta el momento en que escribo este comentario y visto a la distancia, no está nada mal. Con el tiempo, pasaron ocho años, se terminó llamando La Escuela Nacional de Bellas Artes de Colombia y su fusión a la Universidad Nacional de Colombia . Discursos de cuatro momentos fundacionales (1886-1993). La verdad es que nunca estuve seguro de qué título darle; normalmente no tengo mucho problema con los títulos pero con este trabajo siempre tuve dudas y por eso quedó con ese largo título que tiene la ventaja de ser muy descriptivo.

Esa tesis se terminó en año 2013 y se sustentó iniciando el año 2014. En enero pasado se cumplieron diez años de eso. Fue la primera tesis de ese nuevo doctorado. Los jurados recomendaron su publicación. La historia es larga, digamos solamente que el proceso tomó todo este tiempo. En un texto que he escrito para su lanzamiento digo esto: «Diría el sentido común que un libro que se publica diez años después de cerrada su investigación debería, o ser revisado estructuralmente, o, simplemente, no ser publicado, habiéndose perdido su vigencia. Pero cuando vuelvo a leerlo, siento como si el tiempo no hubiera pasado, que podría haber sido escrito esta mañana. Y me digo: esto es Colombia. Que los problemas aquí denunciados siguen siendo los mismos; incluso, que se han agravado; que este estudio sigue siendo tan necesario como el primer día, como lo habría sido una década antes. Y eso tiene las dimensiones de una tragedia colectiva.»

Terminando el libro, que no tiene las dimensiones de la tesis, a la que llamo cariñosamente «mi pequeño monstruo», de más de ochocientas páginas en dos volúmenes a espacio sencillo, síntesis -el libro- de lo que en su momento consideré lo esencial del planteamiento, al fin encontré un título: Arte, Academia y legitimidad, aunque sigue teniendo todo lo demás, esta vez como subtítulo. Sólo diré en este momento que para mí es, en el fondo, como un gran fresco sobre las relaciones entre el arte y el poder y por eso habla a toda persona viva en este momento, no solamente a las artistas o profesoras.

También debería aclarar que, después de esta investigación, el trabajo ha continuado, he hecho otras indagaciones y actualmente profundizo en algunos temas muy importantes que están apenas esbozados en el trabajo original. Estas observaciones más recientes me confirman lo relativo lo que digo más arriba: no es que no hayan cambiado ciertas circunstancias en estos diez últimos años; en realidad, se han agravado y mucho. Muestra de ello es nivel de cinismo que han alcanzado las instancias del poder académico en esta época declaradamente neoliberal, al punto de que llegan incluso a destruir las más valiosas tradiciones académicas a nombre de la «autonomía universitaria», como lo evidencia la indecencia del procedimiento para designación de rector en la Universidad Nacional en estos días*.

En fin, siempre será una linda ocasión presentar al público algo que uno ha hecho y que honradamente piensa que merece ser compartido. Y ese amor, y esa belleza nadie podrá quitárnosla nunca, ni esa alegría de compartirlos.

El próximo miércoles 24 en la Filbo a las 2:00 pm en el stand de la Universidad Nacional, este libro tendrá sus quince minutos de fama.

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*incluyo aquí un pequeño artículo que me encargó el periódico desde abajo sobre el tema.

A la gente joven: La catástrofe estaba programada

I

Intencionalmente, la expresión del título parafrasea el fenómeno del mundo tecnológico-económico-político: la obsolescencia programada de los aparatos industriales.

Estas reflexiones están obviamente relacionadas con mi lugar de trabajo: la Universidad Nacional de Colombia, Sede Bogotá, pero se dirigen mucho más allá: intentan hablar con personas jóvenes de todos los contextos, por si algo en ellas les ofrece algún interés.

Soy profesor. Puedo decir, como se decía en la sociedad estamental, de la cual rescato el sentimiento de los artesanos, que mi mayor motivación es el honor; el trabajo decente, como se decía en otras épocas. No pertenezco a ninguna asociación en particular, me afilio a una especie de marxismo benjaminiano-dusseliano, no creo que los tiempos estén para tibiezas y creo que lo más importante en política (incluyendo, por supuesto, en la política educativa) es la defensa del sentido de lo público.

II

Lo pedagógico, esencia de educación se ha reducido hace ya décadas a una tecnología más o menos banal en la cual fórmulas predigeridas se ofrecen para su uso más bien acrítico de docentes a quienes el sistema intenta por todos los medios, lícitos o ilegítimos, interiorizarles la idea de que su papel máximo es el de ser figuras de control actuando en unos marcos normativos autoritarios.

Pero los profesores somos otra cosa. Siempre repito una cosa: en nuestras instituciones educativas, independientemente de otras cosas, con mucha frecuencia, profesoras y profesores son la única fuente de afecto real que tienen muchos estudiantes. Hay muchos docentes decentes, valga el juego de palabras. No confundan a la gente con las instituciones y las autoridades. Vivimos una época en el que muchas de las instituciones y autoridades han perdido su legitimidad y cínicamente lo ocultan.

La corrupción, de la que tanto se habla, no es únicamente problema de manejo de dinero, es también –y más grave que eso- problema del deterioro de la institucionalidad. Siempre recuerdo que, en la época de las denuncias al mal uso de recursos de “agroingreso seguro”, el exministro Arias respondía en una entrevista que no habían hecho nada malo, solamente habían aplicado la ley. En ese momento, me di cuenta de los lejos que había llegado la corrupción:  ya no se trataba solamente de realizar acciones indebidas, sino de, previamente, penetrar el sistema de leyes y normas para crear plataformas que permitieran realizar acciones ilegales “legalmente”.

Hoy vivimos un sistema político que genera la posibilidad de, mediante muchos y muy retorcidos cálculos, destruir el sentido de público, que está estrechamente relacionado con el sentido de la vida. ¿Cuántas veces no han sentido ustedes que un trámite –relacionado con la educación o la salud, por tomar dos campos esenciales de la vida cotidiana- se encuentran con un enjambre de requisitos, formatos, plazos, burocracias, que se convierten practicante en un muro con el que uno se estrella y que lo paraliza todo, mientras para algunos pocos –the happy few– el camino se abre sólo, las conexiones adecuadas aparecen solas y avanzan por la vida felices y tranquilos?

No es que ellos sean más suertudos, es que el mundo social ha sido previsto para ellos. Vivimos en un mundo gobernado por y para las élites. Las condiciones que vivimos no son accidentes, ni privilegios otorgados por el azar: estaban previstas. “Los hombres hacen su historia, pero no la hacen a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran directamente, que existen y les han sido legadas por el pasado”, señala Marx en su XVIII Brumario de Luis Bonaparte.

Encontramos un mundo hecho. No sé si en un mundo sobrenatural elegimos eso o nos fue adjudicado, pero en este mundo concreto en el que vivimos, otros ya habían pensado las condiciones y las pensaron según sus intereses, que no tienen por qué ser automáticamente los nuestros. Enseguida de lo citado, continúa Marx: “La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos”.

En lo político, el arma más efectiva del poder en Colombia, ha sido el cultivo radical del olvido histórico. En general, no tenemos memorias y la Universidad (constreñida por las políticas educativas oficiales) hace muy poco para que las recuperemos; por ejemplo, la genealogía de nuestros objetos de estudio o de nuestras propias instituciones (¿conocen y trabajan en sus planes de estudio historias de sus programas, de sus facultades, de su universidad?), de nuestras comunidades, etc. Y la pérdida de memoria nos sitúa en un espacio homogéneo y vacío, como dice Walter Benjamin, en el cual medra la pérdida del sentido de lo político.

Y pretende que no nos demos cuenta de que estos y otros olvidos son cuidadosamente cultivados por el poder en todas formas (el poder sólo trabaja para una cosa: para perpetuarse), y nosotros, que no lo vemos, o nos negamos a verlo, nos movemos confundidos, asustados, maltratados, sin comprender que son problemas colectivos de vieja data. Al final, terminamos metidos en un lugarcito mezquino en el que la crítica se vuelve una cosa personal, o un problema puramente local.

Y en este contexto, en medio de estas pérdidas, me parece que el sector más golpeado y sometido es el de la juventud; el que, justamente, tiene la fuerza y la energía, pero no tiene la experiencia. ¿No están cansadxs de escuchar por todos los medios, de manera chistosa o agresiva, que ustedes son generaciones de cristal, de tontos, pegados a las pantallas, frágiles marionetas manipuladas por profesores malvados, youtubers poderosos, etcétera, etcétera?

¿No tienen ustedes la percepción clara de que, a las instituciones, incluida su universidad, no les importan en absoluto sus sentimientos? ¿Que todas sus quejas se convierten –cuando son medianamente escuchadas- en procesos burocráticos absurdamente engorrosos que con frecuencia no llegan a nada?

¿No les parece ofensivo que sean clasificados en una especie de estratificación social que define quiénes tienen derecho a inscribirse primero y así elegir asignaturas, a falta de lo cual, resignarse a pertenecer a otras clasificaciones y contentarse con lo que quede, o encontrar, a punta de ruegos, algún docente que acceda a recibirlos en su clase como si fuera un gran favor?

La institucionalidad ha vuelto a ser la del siglo XIX, en la cual, la política del “buen gusto” como fundamento de la civilización (opuesta a la barbarie) determina que lo fundamental son las buenas maneras y, por esa vía, entre otras se ha desterrado el debate; el debate académico, argumentado, riguroso, profundo que puede ser, incluso de ser calificado de violento cualquier intento de recuperarlo.

¿Han intentado hablar de estas cosas?, ¿las han escrito? Y ¿han recibido de la institución respuesta alguna vez?

Por un lado, un estamento profesoral en una gran medida golpeado, sometido a políticas arbitrarias y autoritarias, que no se queja, y con frecuencia se acomoda y termina replicando el modelo en todas las escalas y, por otro, unas autoridades universitarias sordas, ciegas y mudas cuando se trata de dialogar o debatir sobre los problemas reales de las comunidades reales y solamente ven sus intereses mezquinos, esos sí totalmente personalistas.

De un tiempo para acá, siento la necesidad de decir a mis grupos de estudiantes: no todos los docentes somos así, no siempre la Universidad Nacional fue así. No todo el arte es el de las ferias comerciales, no todas las investigaciones valiosas son las de las normas apa y las revistas indexadas comerciales. No es obligatorio que todo deba ser así. Les han mentido muchas veces; sí es posible pensar de otra forma. Esto que estamos viviendo no es un destino normal ni inevitable.

Soy artista y les aseguro: siempre las cosas pueden ser vistas de otra forma; eso es liberador. Pero, por eso mismo, también necesitamos el pensamiento crítico, porque si el arte puede liberar, también puede esclavizar.

III

Hay un sector oscuro en la Universidad Nacional que se mantiene en el poder desde el año 2005, y orquestó su toma del poder un tiempo antes. Si la Universidad tuviera memoria, recordaría que, para la elección de 2003, fue nombrado Marco Palacios, que ya no era profesor en ejercicio de la Universidad y ni siquiera vivía en el país. Fue la época del primer gobierno Uribe, quien, con su nefasta reforma educativa, sarcásticamente llamada “Revolución educativa” hizo trizas las realizaciones de las anteriores administraciones desde la Constitución de 1991 y las leyes 115, general de educación la ley 30, de educación superior y entregó toda la política educativa al modelo neoliberal, empresarial y economicista, que se declara enemigo del modelo humanista de los siglos anteriores.

Ese sector reaccionario está enquistado en la Universidad hace tiempo. Que todo el mundo tenga el derecho inalienable de pensar como a bien lo tenga, es claro. Que haya gente que comprendiendo que el gran patrimonio de la Universidad es su capacidad de construir legitimidad, algo que no muchos comprenden, la utilicen todos los días para beneficiar sus propios intereses en desmedro del compromiso público de la Universidad, es otra cosa. Si quieren ver un excelente ejemplo, pregunten qué tienen de universitarias las políticas culturales de la Universidad, entregadas al servicio de los intereses de una persona que calladamente dirige Divulgación cultural desde hace más de diez años, sin que ninguna administración cuestione su trabajo. El fenómeno se reproduce en toda la estructura.

Pero, en medio de todo eso, ustedes son mi mayor preocupación.

No entraré en detalles por respeto a las intimidades, pero tengo que decirlo: en el curso de escasas dos semanas, he tenido varios encuentros: con una profesora de otra universidad pública, quien me cuenta que en un período muy breve, se han suicidado cinco estudiantes y las comunidades docente y estudiantil, se encuentran muy preocupados por el “efecto dominó”; he acompañado a estudiantes de nuestra universidad que enfrentan situaciones muy difíciles, agravadas por problemas económicos e, incluso, por la indignidad del proceso de designación de rector de la universidad que ha desdeñado todos los reclamos, deseos y esperanzas de una gran parte del estudiantado; es ingente la cantidad de estudiantes que se encuentran en tratamientos más o menos agresivos por enfermedades mentales; otra profesora de una universidad privada me cuenta que un estudiante se suicidó en el campus, otra me cuenta de situaciones parecidas en su universidad.

En una de mis clases pregunto al grupo, ¿puedo hacerles una pregunta antes de empezar? ¿Cómo se sienten? Primera respuesta: -profe, si vamos a hablar de eso, necesitaríamos un psicólogo.

-Pues lo traemos, digo, pero hablemos. La desesperanza cunde. El malestar, el dolor.

Y el grupo agradece al menos tener un espacio donde hablar y ser escuchados.

¿Y, a todo esto, las autoridades de la Universidad tienen algo que decir?

No. NO

Sacan comunicados que hablan de un mundo cuasi perfecto, “países de cucaña”, dice Estanislao Zuleta, en donde el respeto a la norma prevalece y garantiza la felicidad perpetua, amenazada por incivilizados y violentos detractores que no ven las bondades de convertirlo todo en asunto de técnicos y de emprendedores.

No me digan que la universidad y las instituciones educativas tienen protocolos, espacios, servicios. Claro que los tienen; desbordados e insuficientes, mientras al mismo tiempo, financian institutos de liderazgo y plataformas de negocios. Pareciera que las instituciones educativas solamente deberían saber hablar de emprendimientos y eficiencias. No tienen tiempo para escuchar a sus estudiantes ni a sus profesores. Los primeros, por lo menos, demuestran su malestar, los profesores nos callamos como si fuera una falta de cortesía innombrable decir que nos sentimos mal.

Los profesores ya hemos vivido algunas cosas y tomamos nuestras decisiones, incluso si la de no quejarse, pero hay que denunciar la catástrofe social que han creado las políticas educativas (que no son en absoluto independientes de las otras políticas) y que se ensañan con especial crueldad en la gente joven. La razón es clara, a mi juicio: la juventud tiene un potencial revolucionario muy fuerte, pero le falta la experiencia y el conocimiento de sus propias posibilidades y de los rumbos que podría tomar su acción para no repetir los mismos errores.

La crisis de ahora no es nueva. Fue preparada.

No de la inventaron ustedes. Legiones de tecnócratas y de expertos en torcer los argumentos, los datos y el sentido de las palabras han trabajado para construir su desesperanza. No creerían la cantidad de dinero, de recursos de toda clase y de creativos que se gasta anualmente para crear la basura que machaca cotidianamente la industria cultural y ustedes son el principal objetivo.

Los malos no son como la caricatura del cine, en donde a la legua reconoces que ese personajillo sucio, vestido de negro y con un antifaz es un ladronzuelo. La maldad está disfrazada de autoridad intelectual y hay que saber reconocerla porque no toda actividad intelectual es deshonesta. No todos los profesores nos plegamos dócilmente a los dictámenes del poder.

La corrupción no es porque haya “corruptos”, ellos existen porque el sistema es corrupto. Este sistema que vivimos y que tiene un nombre: neoliberalismo, que no es otra cosa que un anarquismo de derecha. De extrema derecha.

Es el sistema que todos los días les está enviando mensajes de desesperanza, de no futuro; que subsiste al costo de convencernos de que estar todo el tiempo compitiendo es una verdad natural. De ahí surge un modelo educativo basado en competencias que no da pausa, ni para respirar.

Les pido que no permitan que les sigan diciendo que ustedes son una generación fallida o algo así; su malestar es real y tiene causas reales, estudiables y transformables. Erradicables, si fuera el caso. Que no se siga diciendo de ustedes que lo que les hace falta es que alguien decida por ustedes.

En actualidad, el malestar es regla. ¡Si lo dice hasta el Dalai Lama! “En el mundo real existe la explotación, existe un profundo e injusto abismo entre ricos y pobres…” y su respuesta es: Be angry [El poder de la indignación, Dalái Lama en conversación con Noriyuki Ueda, Urano, 2021], la misma que daba el viejo militante de izquierda Stéphane Hessel, participante de la resistencia francesa contra el régimen nazi, autor de indignez-vous, que fue referente central del movimiento mundial de los indignados: ¨De todas las orillas se dice y yo les digo: ¡indígnense!”

Indignémonos, es normal sentir ira, pero hay que expresarla, hay que hacer algo con ella, transformarla en vida. ¿Qué hacer? Dice el Dalái Lama:

“Aquí la cuestión es cómo lidiar con la ira. Hay dos clases de ira. Una nace de la compasión: esa es una ira útil. La que brota de la compasión o de un deseo de corregir la injusticia social y no busca dañar a nadie es una ira beneficiosa que merece la pena tener.

[…] La ira motivada por la injusticia social persistirá hasta que se logre el objetivo. Debe persistir.

En este caso se debe seguir albergando un sentimiento de ira. Esa ira se dirige hacia la injusticia social y acompaña a la lucha por enmendarla, así que se debe mantener la ira hasta lograr el objetivo. Es necesaria para hacer cesar la injusticia social y las acciones erróneas destructivas.”

Las cosas pueden cambiar, deben cambiar. No se trata de erradicar nuestras presencias ni nuestros sentimientos: se trata de erradicar las condiciones que no nos están permitiendo vivir honestamente con nuestras presencias ni nuestros sentimientos.

Estoy proponiéndoles sumarse a una insurrección no violenta que se llama desobediencia civil. En la Universidad Nacional, ese movimiento tiende a construir una constituyente universitaria.

El mundo no es, ni ha sido, ni será un lugar perfecto. Pero, a mi edad y con lo que he podido ver y estudiar de él, sé que no siempre las cosas han sido tan malas; no siempre la sociedad ha sido tan cruel, no siempre la universidad ha sido tan pasiva con el poder y tan agresiva con el estudiantado. Pueden darse tiempos mejores, podemos construirlos. No siempre las autoridades han sido tan irrespetuosas. Las tiranías no duran para siempre; los burócratas creen que su casta sí, pero también pueden caer.

No le crean al supuesto progreso que ofrecen los técnicos, miren lo que están haciendo con el gobierno actual: bloqueando las necesarias reformas, no con debate, sino ocultando su falta de argumentos, de justificaciones y de razones legítimas con insultos, noticias falsas, mentiras y “jugaditas”.

No permitan que el sistema los siga, nos siga, ninguneando. Ejerzan su lectura crítica y verán que tras de las apariencias sí hay alternativas, si hay belleza en el mundo, si hay solidaridad y sí hay sentido, pero hay que reconocer esas dimensiones, encontrarlas y defenderlas. La desgracia de la pedagogía fue haber sido reducida a una tecnología. La pedagogía en un arte, es una ciencia, es un campo profundo que borra todas las etiquetas y las fronteras simplificadoras. Todos vivimos la misma realidad y es a ella a la que nos debemos como personas y como comunidad, no a las veleidades interesadas que nos vende el sistema a nombre de un régimen de singularidad en el que nadie se identifica con nadie.

Algunos estamos aquí, haciendo lo que hay que hacer.

Y hay mucho que hacer. Hablemos de eso.

Promesas

A veces uno cree que se acercó lo suficiente para ver el rostro de la muerte. Varias veces (pocas, por supuesto) creí estar en ese lugar. Un día soñé (¿fue realmente un sueño?) que me veía muerto, mi rostro era como de cera.

Otro día, en la iglesia de un pueblo vi ese rostro en la figura yacente de un Cristo.

La última vez que creí haber vislumbrado la posibilidad de la muerte, luego de un largo proceso tomé la decisión de, en adelante, no aceptar en mi acción nada que no pudiera pensar como un acto de amor…

Más o menos he cumplido, creo. Esa vez quise hacer muchos dibujos, de cosas cuya humildad me enternecía. No tuve fuerzas para hacerlos todos.

En todo caso, hay uno: una cobijita.

 Entre el arte y la vida existe un vínculo tan sutil y tan profundo que, al final, uno no puede distinguir la diferencia; es como si fueran la trama y la urdimbre de un mismo tejido.

Muchas veces sentí que los dibujos no hechos tenían una razón de ser: la fuerza que los imaginó, siguió adelante y se condensó en una actitud más o menos nueva hacia las cosas. Hacia todas las cosas. Ya no se trataba de hacer un dibujo, sino de seguir viviendo de una cierta manera…

Lástima que esta carne tan tosca, estas palabras tan toscas, estas imágenes tan toscas no alcancen sino a rozar levemente el lenguaje de ese océano primigenio del amor real.

Siempre queda la ilusión (la esperanza, se podría decir, la fe) y también quedan las imágenes que emergen del caos. No dicen nada específico, pero un día, una noche de mal sueño puede ser que logren decirle algo a alguien, Lo que necesita oír, no algún mensaje predeterminado.

Como una carta hecha con cruces y no con letras, para que su destinataria lea las palabras que necesita oír, exactamente.

Una carta abierta dirigida al universo, como una promesa hecha frente al mar primordial.

Apertura del canal «Documentos de historia política del arte colombiano»

A partir de este momento empezaré a alimentar un canal de videos en la plataforma YouTube. Es un proyecto nuevo en el que he estado trabajando desde hace un tiempo. Otra forma de compartir mi trabajo. Por ahora, les invito a darle una mirada.

El enlace : https://www.youtube.com/channel/UCndgxpjkbkAxBfSDCPSVBoA

En general, el canal del Colectivo Deambulante, grupo con el que he trabajado ya hace varios años, presentará varias clases de materiales; en lo particular, hay una línea, especie de canal dentro del canal, «Documentos de historia política del arte colombiano», que tiene el objetivo de divulgar parte de mis investigaciones pedagógicas e históricas. Sigue el procedimiento de elegir documentos realizados en distintas épocas, en particular, al menos por el momento, del siglo XIX y leerlos amplia y críticamente. Con el tiempo, se hará evidente una estructura cronológica y metodológica en los materiales subidos a la Red.
Parto de la hipótesis de que el estado de violencia en Colombia es permanente desde su época republicana, pero en distintos momentos ha tenido distintos énfasis y en la fase que vivimos actualmente, resulta claro que en las últimas décadas el énfasis se relaciona principalmente con una guerra de la Constitución de 1886 contra la de 1993, de manera que si queremos superar el estado de violencia, debemos comprender mucho mejor el siglo XIX, en el cual se originaron nuestras instituciones modernas.

Necesitamos estudiar historia

Como siempre, no estoy diciendo nada nuevo.

Pero, aunque todo haya sido dicho de más de una forma y más de una vez, hay cosas que deben seguir siendo dichas una y otra vez.

A ver si por fin empezamos a entender colectivamente; a ver si los dormidos empiezan a despertar, los cómodos a moverse un poco, los tímidos a decidirse, los deshonestos a avergonzarse y todos (todas) a recuperar la decencia de nuestros oficios. Si al fin empezamos a dejar el egoísmo, si ejercemos como sociedad el riesgo de pensar por nosotros mismos, más allá de los estereotipos cuidadosamente cultivados por el lado oscuro de la Academia y por las industrias del entretenimiento, fieles servidoras de los poderes políticos más oscuros.

Porque nos hemos descuidado, porque lo hemos olvidado o no hemos reparado en ello, y -sobre todo- porque los dueños del poder han hecho todo lo posible para ocultárnoslo.

Hablo de nosotros, y me refiero a las personas a quienes la escuela convoca; a quienes la vida nos importa, nos conciernen los otros y no esperamos que nadie piense por nosotros. No parece demasiado, pero la realidad es que esas personas se han vuelto muy escasas y, aunque sea de elemental rigor saber que no es posible decir que alguna época humana ha sido mejor o peor que otra, lo cierto es que vivimos tiempos muy oscuros en Colombia. Tiempos de una violencia que no cesa, que todos sufrimos de una manera u otra, pero no sabemos definir claramente sus orígenes y sus modos de actuar, por eso, nos cuesta tanto trabajo entender que el estado de violencia ha sido cuidadosamente planeado y desarrollado y que las causas, los lugares, los nombres son estudiables y delimitables.

 Sin estudio de la historia, la vida es un desierto; un espacio vacío y difuso en el que no hay identidad; un mundo lleno de estereotipos. Sin él, la simpleza del pensamiento nos devora y no hay nada peor que eso. Sin historia, no sabemos de dónde venimos, no conocemos el origen de nuestros lenguajes ni de nuestras costumbres. Sin historia no tenemos mayores, no tenemos ancestros; ni siquiera guardamos sus nombres.

Hace tiempo que tengo ganas de decir esto: la ignorancia es un mal terrible. La ignorancia nos hace vulnerables, alienados, crédulos, confundidos, ingenuos. La ignorancia nos hunde en la oscuridad y nos desorienta; en una palabra, nos vuelve manipulables. Por eso, quienes elegimos el oficio de la pedagogía, ante todo cumplimos un papel político, ya sea por acción o por omisión; tanto sirve a la causa de la verdad y a la dignidad de la vida el espíritu pedagógico honrado, como a la mentira y a la degradación de la vida el ejercicio deshonesto de la pedagogía.

Nos han expropiado nuestro derecho a tener un pasado y eso debemos denunciarlo y actuar en consecuencia, hablando, debatiendo, estudiando, salvando los registros y los testimonios… recordando.

Pero no podemos pasarnos la vida declarándonos víctimas. Por un lado, de nosotros depende que tengamos la iniciativa de tomar en manos nuestros relatos rigurosamente narrados y, por otro, tener clarísimo que cada día, cada hora en la escuela es la oportunidad de romper clichés y falsedades y que no debemos dejar pasar la oportunidad, porque si para los desposeídos la ignorancia es una desgracia, para quienes tenemos la posibilidad de combatirla y no lo hacemos, es un crimen.

Tres bosquejos en día de difuntos

Porque ahora los mortales envejecen entre miserias. Hesíodo

Según Hesíodo, en la “Edad de Oro de los hombres que hablan, …dotados de un espíritu tranquilo” …morían como se duerme”.

Ya quisiera uno, al estudiar la historia humana, encontrar un solo año de paz, un solo lugar de paz; que no sea la paz de los sepulcros, que bien podría ser un mito porque, desde que uno asoma por primera vez a la historia, comprende la sentencia de Walter Benjamin: …frente al enemigo, si vence, ni siquiera los muertos estarán seguros. Y ese enemigo no ha cesado de vencer.  Y no es que nos hayamos decretado su enemigo, es él quien nos ha erigido como tal. Ese enemigo es el explotador, el avaricioso, el misógino, el racista… que ya conocemos bien, siempre presente en los lugares de poder.

1.

No es gratuito que cite a un pensador judío de la historia. No es gratuito que lo piense en estos días en que por un traslado administrativo de un festivo, la fiesta de muertos se prolonga varios días, coincidiendo con un seminario en el que nuevamente dedico un buen tiempo a estudiar de nuevo las Tesis sobre la filosofía de la historia, lo que me implica volver a indagar en textos teológicos sin los cuales se pierde mucha de la sustancia de esos dos grandes judíos, Marx y Benjamin, a quienes no pasa un día sin que los piense; pero no son los únicos, hay otros como Freud o Scholem; la lista es larga y citemos, para no nombrar sólo hombres, a Simone Weil, nacida judía, convertida al catolicismo o Rosa Luxemburgo, de pensamiento tan luminosos ambas, que miraron de frente el horror de la guerra y plantaron un pensamiento crítico con dignidad en obras que aspiran a que un día de verdad podamos superar la barbarie.

Para quien no quiere engañarse, aquí está dicho todo en este bosquejo que algún día tal vez tenga el ánimo de convertir en algo más elaborado. Por ahora, sólo enciendo una veladora y enciendo nuevamente una voz indignada porque nada de lo que llamemos progreso, desarrollo, evolución ni nada que se le parezca justifica que tengamos que soportar la rabia y la impotencia de asistir frente a nuestras narices a un genocidio planeado fríamente, pensado de manera asquerosamente eficiente y con el cinismo de quienes pretenden ser los elegidos.

[A propósito, puesto que como dice el sabio y antiguo dicho “no hay cuña que más apriete que la del mismo palo”, con frecuencia digo a mis estudiantes que toda persona colombiana que quiera empezar a comprender eso que se llama “élites” debería leer De sobremesa de José Asunción Silva, Los elegidos de Alfonso López Michelsen y Sin remedio de Antonio Caballero]

Algún día superaremos esa aberración que consiste en que un ser humano, cualquiera que sea, se pretenda representante de dios en la tierra. Tarde o temprano, quien así se denomina terminará asesinando por razones “santas”.

Ya quisiera uno que la muerte consistiera en un dormir suave en el que apague la vida, sin sufrimiento ni dolor, después de una existencia plena, corta o larga. Cómo duele –a algunos, seguramente muchos, nos duele- la masacre de inocentes en la tierra palestina, por parte del sionismo.

2.

Me gustaría decir que Carlos Fermín Fitzcarrald López fue un tipo mediocre más, pero no lo fue. En todo caso, si fue un hombre notable, lo fue por el nivel criminal de su ambición, como correspondía a todo buen cauchero. En todo caso, no es el semi héroe con el que nos invita a empatizar la película de Werner Herzog, Fitzcarraldo.

Este es otro boceto que probablemente desarrolle, y pronto. Porque toca aspectos con los que me he relacionado desde hace un tiempo, a propósito de otros encuentros, de otros diálogos más cercanos y de otras masacres más cercanas.

Consultando hace un tiempo mapas viejos de la región del Valle del Sibundoy y, por extensión, de la cuenca del Putumayo, la selva amazónica y los territorios de frontera con el Perú, me llamó la atención un detalle: los mapas más antiguos dibujan ríos y otros accidentes geográficos y está llenos de anotaciones de nombres de grupos originarios; no sé nada de ellos, pero aparecen muchos, tal vez sean -eso parece- los nombres que ellos mismos se daban, algunos parecen ser nombres de familias lingüísticas; en todo caso, son muchos nombres.

A medida que se hacen más recientes los mapas, aparecen cada vez menos nombres, hasta el punto de que a comienzos del siglo XX, ya no hay sino alguno que otro y son reemplazados por nombres de lugares, ríos y otros accidentes geográficos (también límites políticos).

En la película, Fritzcarraldo, que necesita ganar mucho dinero para financiar su simpática locura de construir un gran teatro de ópera en Iquitos, siguiendo el ejemplo de Manaos, encuentra que hay terrenos disponibles con una enorme fortuna potencial por la abundancia de árboles de caucho. Sólo hay un inconveniente: la zona es prácticamente inaccesible. (Ahora que escribo esto, se me ocurre que podría decirse de él algo parecido a la manera como Alberto Urdaneta describió la llegada de Colón a América: La mirada profunda en el horizonte, la fe en el corazón, la constancia en el alma, Colón miró las playas de América en un ensueño de su genio, que fue tenido como locura de su cerebro…) Semejante delirio sólo podía caber en un ser excepcional, que merecería años después una película a la que casi invariablemente todos sus comentaristas clasifican como una de las más grandes, no solamente del cine alemán, sino del mundo en el siglo XX.

Y es, en efecto, una gran película. Volver a verla es intuir cuántas influencias generó en el cine posterior. Es, en verdad un acto heroico. Un artista, al que nada obliga (el arte es artificio: por lo general la gente no muere de verdad en el teatro, la ciudad de Nueva York que anochece tras la ventana en La soga de Hitchcock es una maqueta con nubes de algodón y reflectores) asume un gesto inútil y lo vuelve suyo. Si el verdadero Fitzcarrald en vez de tomar río arriba para tomar posesión de los territorios “sin dueño” porque había caído en cuenta de que, en cierto lugar que hoy lleva su nombre se podía forzar un itsmo en la selva que uniera dos ríos que avanzan en dirección contraria para hacer pasar un barco, desmontándolo, de un río al otro,  él, haría que un barco subiera la montaña y descendiera intacto al otro lado.

No importa que las caucherías, que aquí son sólo un telón de fondo para la proeza del aventurero irlandés hayan sido una de las peores catástrofes humanas de nuestras tierras, pues esclavizó hasta matar a miles de habitantes originarios, que infligir semejante herida a la selva sea francamente un crimen y que reeditar el acto de explotación de poblaciones inocentes casi un siglo después fuera un irrespeto tal vez aún mayor, había que cumplir el sueño de gloria de Herzog.

“Herzog se convirtió en Fitzcarraldo. En medio de la Amazonía terminó actuando igual que él.”, dice en una entrevista César Vivanco, que participó en la primera parte del proceso de la película.

La historia no deja de ser graciosa. El loquito que se codea con los poderosos que, rodeados de miseria, ganan dinero de manera obscena, se embarca en el proyecto del que ellos se burlan, al punto de apostar en qué momento fracasará y se lo dicen, con la misma condescendencia con que todo ese grupo de blancos mira al pueblo originario y con el que el director de la película nos pide que veamos la historia, que, a fin de cuentas, no es más que el pretexto para su aventura maestra.

El barco avanza por zonas peligrosas, porque la selva es eso: un lugar inhóspito con un calor infernal, mosquitos espantosos, serpientes y, sobre todo, indios. Agazapados, peligrosos, intratables, caníbales, pero lo suficientemente ingenuos para quedar paralizados por la poderosa voz del gran Caruso, que resuena, no se sabe por qué milagro, en todos los rincones de la selva por el sólo efecto de un gramófono.

El primer golpe que recibes en el plexo solar (si eres de Latinoamérica) es cuando cien canoas indígenas cierran el paso al vapor en el río. Están armados, son demasiados, sin embargo, el barco es enorme, tienen fusiles. De pronto, se desgajan cayendo como gigantes árboles centenarios sobre el río: imposible pasar. Lo ves: no es un truco. Lo maravillosos del espectáculo de la magia es que te engaña y lo sabes; sabes que es un truco, pero parece real, es lo lindo.

Aquí no, en seguida ves que eso pasa de verdad. Pero es apenas el comienzo: mil indios, convencidos no se entiende cómo (en su entrevista, Vivanco dice que Herzog les pagó con armas: “¿Qué se sabe del impacto de esas armas en sus comunidades y en la biodiversidad que las rodea? ¡Nada! No se sabe nada y Herzog no quiere ni oír hablar de ello”) destrozan la selva, caen los enormes troncos. a pura hacha y fuerza de brazo destrozan un árbol enorme hasta sus raíces. Todo desaparece en el camino para el barco, queda la tierra sola. Estéril, fangosa, agotada. toda esa sección de la película es un horror, que no relataré en esto que es apenas un boceto.

Pienso en los amigos del Valle del Sibundoy, el amor con el que la Mamá Conchita habla del jajañ, la chagra familiar, la madre tierra; en la indignación y preocupación con que el Taita Vicente menciona las petroleras en el Putumayo, el dolor con el que Hollistem, su hijo, rememora la acción depredadora de los capuchinos que se tomaron toda la educación y bendecían las caucheras…

Es un crimen, la película podrá ser una gran producción, Herzog podrá ser un gran artista; yo lo admiro y lo respeto, pero esto es un crimen inconmensurable. ¿A qué se debe? ¿De dónde sale toda esa depredación del progreso? ¿Por qué celebrar esa absoluta e inerrable arrogancia del arte que se justifica por argumentos grandilocuentes para escenificar de esta manera una historia mediocre? Es que, en realidad, no es que la película sea mala o que el director sea malvado; el problema es que tenga el derecho de hacer lo que le dé la gana sólo porque tiene el dinero para llevarlo a cabo; es porque en su cerebro europeo biempensante, inteligente, interesante y liberal no cabe ese otro mundo, esa otra persona, esa otra vida. Es un monumento a la ignorancia asumida como hecho natural. Desde la pléyade de grandes artistas que lo secundó, hasta el gobierno que le permitió hacer eso, todos olvidaron que un filósofo judío que murió en la pobreza, olvidado de la mayoría de la gente que hubiera podido comprenderlo, lo había advertido un día:

Quien hasta el día actual se haya llevado la victoria, marcha en el cortejo triunfal en el que los dominadores de hoy pasan sobre los que también hoy yacen en tierra. Como suele ser costumbre, en el cortejo triunfal llevan consigo el botín. Se le designa como bienes de cultura. En el materialista histórico tienen que contar con un espectador distanciado. Ya que los bienes culturales que abarca con la mirada, tienen todos y cada uno un origen que no podrá considerar sin horror. Deben su existencia no sólo al esfuerzo de los grandes genios que los han creado, sino también a la servidumbre anónima de sus contemporáneos. Jamás se da un documento de cultura sin que lo sea a la vez de la barbarie. E igual que él mismo no está libre de barbarie, tampoco lo está el proceso de transmisión en el que pasa de uno a otro. Por eso el materialista histórico se distancia de él en la medida de lo posible. Considera cometido suyo pasarle a la historia el cepillo a contrapelo.

Pero el sistema cultural, el mundo de los artistas cargado de genios y de generosos e interesados mecenas, nunca parecieron haber escuchado nada, ni al filósofo ni a los gigantes de la selva cayendo, en medio de tanto ruido de mosquitos.

3.

Este texto, ya largo, no puede terminar aquí. Lo diré brevemente en un tercer bosquejo.

Una de las cosas bellas que me ha sucedido con el paso del tiempo y la aparición de fallas en el cuerpo, es que pareciera que le he perdido el miedo a la muerte. No la deseo aún, pero no la temo. En estos días he rememorado a muchas personas que ya murieron y fueron importantes para mí; he soñado de nuevo con aquella amiga que murió no hace mucho, he hablado con quien comparto un amor por alguien, casi desconocido para mí, muy conocido para ella; he recordado a aquella compañera, tan parecida a mí, que murió demasiado joven, a aquella estudiante tan bella persona y profesora que se fue tan rápido… incluso, he pensado en personas que aún siguen vivas, pero que ya no son quienes conocí. En medio de todo, lo único real es la vida; sé que existe la generosidad, el valor, el amor, la decencia, porque me la han mostrado personas del presente y del pasado… existen tantas personas que son la sal de la Tierra.

Para ellas trabajo.

Piedad

Hace mucho tiempo ya leí un libro que me interesó enormemente: El desnudo de Kennet Clark. Algunas veces he pensado que debería releerlo, pero no se ha dado la ocasión y ya no lo tengo. Pero, a veces, lo que uno recuerda no es tanto lo que un libro dice, sino lo que despertó en nosotros y siempre recuerdo un pasaje en donde Clark se refiere a Rembrant, quien pintaba estos cuerpos tan cotidianos, tan poco idealizados, con sus defectos y su dignidad sencilla. Un mundo en el que no cabe la grandilocuencia, con arrugas y obesidades y relaciona esa condición con la piedad que caracterizaba, según él, el talante profundamente religioso de su autor. Esa idea me acompaña siempre que pienso en el cuerpo. Esta presencia física, tan misteriosa, como una tensión temporal entre dos eternidades, seguramente un paso obligado para aprender. Algo que se toma y se deja. Mucho más que un mero instrumento, pero apenas un poco más que una ilusión. Un instante y toda una vida, porque no existe cuerpo sin tiempo. Por eso lo llamamos presencia.

Buscando algunas referencias sobre el tema, encuentro esta extraordinaria descripción:

Los últimos autorretratos de Rembrandt han obsesionado a algunos de los grandes pintores del siglo XX, como Picasso, Beckmann, Matisse o Giacometti. Pero fue Kokoschka, quien mejor describió, en su autobiografía, el impacto que le produjo el último autorretrato de Rembrandt: «Quisiera hacer mención aquí de un autorretrato de Rembrandt, que se conserva en la National Gallery de Londres y está datado en 1669. Es el último autorretrato. Lo descubrí por primera vez un día de invierno en Londres, en el que me encontraba al borde de la existencia. El cuadro me devolvió el valor necesario para enfrentarme de nuevo a la vida. Rembrandt padecía hidropesía, los ojos le lloraban y le fallaban con frecuencia. Pero, ¡cómo supo observar en el espejo el fin de su vida! En un caso así la objetividad intelectual de un artista plástico capaz de sacar el cociente final de una gran vida y plasmarlo en un cuadro, se transfiere al espectador.

Esa capacidad de contemplar la propia descomposición, de verse a sí mismo como un ser vivo que se transforma en cadáver, como un ave desplumada en una naturaleza muerta, va aún más lejos que El pavo desplumado del revolucionario Goya. Pues existe una diferencia entre ser uno mismo el sujeto del proceso o que lo sea otro. Un espíritu se extingue, y el pintor cuenta lo que ve.»

[Juan Carrete Parrondo, Rembrandt. Sabiduría y emoción en Rembrandt. Los grandes genios del arte, Madrid, Biblioteca El Mundo, 2004. Tomado de: https://sites.google.com/site/arteprocomun/rembrandt-sabiduria-y-emocion]

El cuerpo en su grandeza y en su vulnerabilidad: la Piedad. Tal vez la primera imagen en la que uno piensa cuando se menciona piedad y arte es la muy divulgada imagen de la Pietá de Miguel Ángel (la primera: hizo varias). Esa jovencísima mujer que sostiene el cadáver de su hijo adulto…

Cosas que uno piensa cuando el cuerpo ha transitado otra vez por un sendero del que un día no volverá

¿Seremos capaces de pensar un día una cultura verdaderamente culta?

En el lenguaje corriente, cultura se relaciona con los modos de ser las comunidades y ser una persona «culta» se relaciona con la educación, el cultivo del saber y con una relación respetuosa con los entornos.

Continúo publicando fragmentos de un gran trabajo que estoy realizando; su tema general es la mala educación y la razón por la que decido hacer algunos apartes se relaciona con eventos actuales que coinciden con reflexiones en curso para dicho trabajo.

Hubo un movimiento fuerte, sorpresivo y un tanto brusco en el Ministerio de Cultura; como siempre, trato de pensar la problemática en un universo amplio y de larga duración. De cerca, muy pocas cosas son como parecen y cuando uno se detiene a analizar los detalles que ha dejado la primera marea cuando se retira, ve empezar a delimitarse líneas de tensión que pueden proyectarse muy lejos. No porque los eventos sean contemporáneos sus raíces se encuentran cerca; de hecho, nuestros problemas suelen ser más antiguos de lo que habitualmente queremos ver.

Como el texto es un poco largo (9 páginas), lo subo como pdf anexo. Sólo quiero reiterar aquí mi profundo respeto por la persona de Patricia Ariza y por la honradez con que, me parece, asumió una tarea tan compleja (tal vez, la más compleja de todas en lo social) de intentar consolidar un espacio de inclusión total en el que todas y todos podamos pensarnos como una comunidad total en lo diverso, como lo manda la Constitución y la humildad y fortaleza con que asumió su salida del Ministerio. No tengo elementos parea calificar su gestión, pero estoy convencido de su honradez, su entrega y de la necesidad de su pensamiento en el debate cultural, que no es sólo sobre los bienes: es, sobre todo, de derechos. Al mismo tiempo, también reitero, para lo que pueda servir la opinión de un profesor raso comprometido con su oficio y sin compromisos con ninguna élite, mi profundo respeto por la persona y el proyecto social de Francia Márquez.

Rescatar la experiencia espiritual

Primero de enero.

Sí, es un día más, pero para mí –como para mucha gente, sin duda- no es un día corriente más. Ayer cerramos un año. Si me comparo en el primer día de 2022 y en este primer día de 2023, hay una diferencia grande. La vida tiene ciclos; nuestra experiencia requiere de ellos y de rituales; mis ciclos parecen darse por años. 

Llevo meses pensando un documento, una especie de informe no solicitado, pero necesario. Se alarga. Empecé a escribir una parte nueva como resumen de mi año 2022, pues algo profundo parece haberse decantado. Una vez iniciado el texto, empieza a hacerse muy largo nuevamente. Vuelvo hoy a empezar; por ahora sólo quiero decir lo esencial, de manera corta y contundente; ya vendrán luego los desarrollos, los argumentos y los debates. 

La investigación más extensa, compleja y profunda que he podido realizar es sobre los orígenes de la Academia, pronto saldrá el libro y habré saldado una deuda conmigo mismo y con la comunidad. En lo personal, aprendí en ella algo fundamental: que uno puede dar forma a una ausencia. En los ocho años de ese proceso se fue dando una especie de toma de conciencia: desde las primeras intuiciones muy difusas hasta los hallazgos finales, de los cuales no tenía idea aún, algo en mí se transformó.

Un mundo apareció después de hacer cientos de conexiones pequeñas, grandes, intencionales y azarosas. Cuando la terminé, sentí que mi realidad tenía mayor sentido, que había podido reintegrar a mi experiencia algo que me faltaba, pero que no sabía que me faltaba, porque sencillamente nunca lo conocí. Entendí que cuando uno tiene algo importante y lo pierde, es doloroso, pero al menos, sabe de esa ausencia y puede aprender a vivir con eso, pero la parte más difícil de nuestra experiencia tiene que ver con aquello que perdimos antes de tener consciencia; algo que nos marca, pero no tenemos mayor conocimiento de qué es, ni de qué manera nos determina. 

Por eso hacemos historia los seres humanos, no para encontrar nuevos héroes y crear nuevos monumentos, sino para completarnos reconociéndonos en un horizonte vital más integral.

Ha pasado un tiempo desde eso, dentro de pocos días, en este 2023 se cumplirán diez años de haber sustentado esa investigación. Entonces, sentía que había podido dar forma a una serie de fantasmas que nos acosan: la Academia como nuestro medio naturalizado para pensar el mundo; lo que significa ser artista y profesor en un país que nunca consolidó unos sistemas nacionales estructurados para el trabajo, los oficios, las artes o la cultura y también dar forma  a los adversarios: el pensamiento voraz de las élites, el profesor que corrige, la escuela, cuya esencia ha sido desnaturalizada y degradada en sistema de control…

Ninguna investigación se cierra nunca; en estos diez años, nuevos datos han aparecido, nuevas relaciones se han revelado y otras observaciones han madurado. Hoy creo tener algo más que agregar: esa ausencia que nos pesa tanto es más honda todavía. Hay una pérdida enterrada más profundamente que, a fuerza de ser negada y distorsionada, se oculta, a pesar de que es perceptible en todos los lugares y todos los momentos. Sus signos saltan a la vista todo el tiempo, pero se nos escapan en un mundo cargado de imágenes fantasmagóricas.

La modernidad eurocéntrica que se autoatibuyó la hegemonía del pensamiento mundial desde hace por lo menos siete siglos, ha tenido la negación de la vida espiritual como uno de sus pilares fundamentales. Nuestra casi imposibilidad cotidiana de pensar el mundo espiritual deriva de varias decisiones de los poderes fácticos definidos en lo que llamamos civilización occidental, producto de la unión de la Iglesia y el Estado. Resultado de esa alianza destinada a repartirse los poderosos la riqueza material del mundo, sin importar su sacralidad y su sentido, la “modernidad” entregó el monopolio del pensamiento de la espiritualidad a las religiones, instituciones mundanas que se pretenden representantes de los dioses. La institución estatal y la institución religiosa han funcionado solidariamente desde la conversión del emperador Justiniano para su propia perpetuación.

Más adelante, la racionalidad cientificista que impuso la Academia como institución modernizadora del conocimiento, dejó totalmente de lado la reflexión sobre el sentido del mundo que pretende conocer hasta sus más profundos detalles, de manera que hoy somos gobernados por un pensamiento académico que no tiene ningún pudor en declarar que todo lo que no se reduzca a su estrecha lógica no es más que superstición.

No estoy descalificando ni el sentimiento de lo sagrado ni la búsqueda rigurosa del conocimiento, estoy denunciando problemas profundos de nuestras instituciones como el de confundir -intencionalmente, muchas veces- el mundo de los hechos, al que la modernidad ha dado tan justificada importancia, con el mundo de verdades de las que diversos sectores se pretenden dueños.

Por ahora, en este saludo a un nuevo ciclo anual en lo personal y lo colectivo, propongo una reflexión: la modernidad europeizante que nos ha determinado en lo bueno y en lo malo, que contenía como hechos connaturales principios epistémicos depredadores, patriarcales, racistas, clasistas, dogmáticos a pesar de sus luminosas promesas, tiene un problema que engloba los ya señalados y, probablemente, los origina: la privación de la experiencia espiritual.

Me parece que el péndulo del tiempo humano pasa hoy por la dignificación de la cuestión de la espiritualidad, cuestión dejada de lado por la Academia desde sus propios orígenes. Es una vía difícil, que muchos han explorado ya en diferentes dimensiones y tiempos, que implica no caer en las vías dogmáticas de quienes, por una vertiente, abandonan la reflexión sobre los problemas mundanos de la política, ni en la de quienes, por otra vertiente opuesta, confunden el absoluto respeto por el mundo de los hechos con la imposición de un sistema de “verdades”. 

Sospecho que se trata de abordar una vía de reintegración para no continuar una tendencia de negaciones mutuas, y que allí se encuentra la salida muchos de los grandes problemas actuales.

Un año. Una ponencia

1.

Dibujar un poema / un poema escrito sobre tu padre inspirado por tu hija / un malestar extraño / una confirmación: sí sucede algo / una pregunta: ¿y si todo terminara acá? / exámenes / cuidados / afectos / el cuerpo, siempre / retornar / continuar / vivir /trabajar / amar / luchar, siempre luchar / tanta vida / un mar que testimonia / una nube con cara de perrita / aquí, como siempre.

2.

En días pasados se realizó en Cartagena el primer evento público de el Comité Colombiano de Historiadores del Arte, propuse una ponencia que se llamaría «Las genealogías de la enseñanza de las artes como historia política del arte», que fue aceptada y presentada el día jueves 17 de noviembre. Muy condensada (lo que a veces es una virtud), porque sólo tenía 15 minutos, lanza abiertamente un propuesta que llevo algunos años explorando. Aquí la comparto, para lo que pueda servir.