Piedad

Hace mucho tiempo ya leí un libro que me interesó enormemente: El desnudo de Kennet Clark. Algunas veces he pensado que debería releerlo, pero no se ha dado la ocasión y ya no lo tengo. Pero, a veces, lo que uno recuerda no es tanto lo que un libro dice, sino lo que despertó en nosotros y siempre recuerdo un pasaje en donde Clark se refiere a Rembrant, quien pintaba estos cuerpos tan cotidianos, tan poco idealizados, con sus defectos y su dignidad sencilla. Un mundo en el que no cabe la grandilocuencia, con arrugas y obesidades y relaciona esa condición con la piedad que caracterizaba, según él, el talante profundamente religioso de su autor. Esa idea me acompaña siempre que pienso en el cuerpo. Esta presencia física, tan misteriosa, como una tensión temporal entre dos eternidades, seguramente un paso obligado para aprender. Algo que se toma y se deja. Mucho más que un mero instrumento, pero apenas un poco más que una ilusión. Un instante y toda una vida, porque no existe cuerpo sin tiempo. Por eso lo llamamos presencia.

Buscando algunas referencias sobre el tema, encuentro esta extraordinaria descripción:

Los últimos autorretratos de Rembrandt han obsesionado a algunos de los grandes pintores del siglo XX, como Picasso, Beckmann, Matisse o Giacometti. Pero fue Kokoschka, quien mejor describió, en su autobiografía, el impacto que le produjo el último autorretrato de Rembrandt: «Quisiera hacer mención aquí de un autorretrato de Rembrandt, que se conserva en la National Gallery de Londres y está datado en 1669. Es el último autorretrato. Lo descubrí por primera vez un día de invierno en Londres, en el que me encontraba al borde de la existencia. El cuadro me devolvió el valor necesario para enfrentarme de nuevo a la vida. Rembrandt padecía hidropesía, los ojos le lloraban y le fallaban con frecuencia. Pero, ¡cómo supo observar en el espejo el fin de su vida! En un caso así la objetividad intelectual de un artista plástico capaz de sacar el cociente final de una gran vida y plasmarlo en un cuadro, se transfiere al espectador.

Esa capacidad de contemplar la propia descomposición, de verse a sí mismo como un ser vivo que se transforma en cadáver, como un ave desplumada en una naturaleza muerta, va aún más lejos que El pavo desplumado del revolucionario Goya. Pues existe una diferencia entre ser uno mismo el sujeto del proceso o que lo sea otro. Un espíritu se extingue, y el pintor cuenta lo que ve.»

[Juan Carrete Parrondo, Rembrandt. Sabiduría y emoción en Rembrandt. Los grandes genios del arte, Madrid, Biblioteca El Mundo, 2004. Tomado de: https://sites.google.com/site/arteprocomun/rembrandt-sabiduria-y-emocion]

El cuerpo en su grandeza y en su vulnerabilidad: la Piedad. Tal vez la primera imagen en la que uno piensa cuando se menciona piedad y arte es la muy divulgada imagen de la Pietá de Miguel Ángel (la primera: hizo varias). Esa jovencísima mujer que sostiene el cadáver de su hijo adulto…

Cosas que uno piensa cuando el cuerpo ha transitado otra vez por un sendero del que un día no volverá

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